Para su familia, la razón por la cual abandonaban su hogar era el temor de un reclutamiento. Pero, para Marcela, irse estaba relacionado con ‘el escarnio de la orientación sexual’.
Al ser lesbianas, decía el mensaje, eran un mal ejemplo…
En la década de los 90, Marcela* conoció a Antonia*, su expareja sentimental. Se mudaron desde Popayán a un municipio en el centro de Cauca, donde construyeron su finca, ladrillo a ladrillo. En ese entonces, en el territorio se encontraban las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) que amenazaban de muerte a los habitantes del lugar para que lo abandonaran.
Marcela no creyó que estas amenazas, que llegaron a través de un panfleto en 1999, se iban a materializar. Pensó que se trataba de una manera de sembrar miedo en la comunidad. Entonces, en mayo de 2000, ella y su pareja recibieron un panfleto en el que se referían explícitamente a las dos y a su relación sentimental.Al ser lesbianas, decía el mensaje, eran un mal ejemplo.
Cinco meses después, seis hombres armados entraron a la finca en donde vivían. Agredieron a uno de los trabajadores y a ella la golpearon con un revólver; Antonia no estaba en la vivienda, por lo que sólo atacaron a Marcela. Los sujetos la llevaron a una habitación, la amarraron, la torturaron y la violentaron sexualmente.
“Aquí no venimos a arreglar a esta gonorrea”, le dijo uno de los hombres a otro. La golpearon brutalmente, causándole heridas graves en su cuerpo y en el rostro. “Me tiraron gargajos en la cara y me decían lesbiana hijueputa, esto te pasa por lesbiana hijueputa y aquí vamos a esperar a que llegue tu mujer porque sabemos que ya viene en la camioneta”, recuerda Marcela. Luego le dieron un cachazo que le hizo perder el conocimiento.
Los sujetos la llevaron a una habitación,
la amarraron, la torturaron
y la violentaron sexualmente.
No era la primera vez que Marcela sufría una agresión violenta
No era la primera vez que Marcela sufría una agresión violenta relacionada con su orientación sexual. La mujer, que ahora tiene 48 años, creció en un municipio al norte de Cauca, en donde la Policía Nacional ejercía ‘prácticas de corrección’ contra las personas que no eran ‘socialmente aceptables’.
El comandante de la estación era quien más promovía este tipo de tortura y Marcela fue una de las víctimas. “Me encerró en la estación durante cuatro horas. Me amarró en un palo y había un hormiguero, que era una forma que tenían ellos como de castigo a todos los maricas del pueblo para que se nos quitara la maricada”, relata.
Irse estaba relacionado con ‘el escarnio de la orientación sexual’
Marcela y su familia fueron víctimas de desplazamiento forzado por la guerrilla de las Farc en el municipio. Ella tenía 15 años cuando se fueron del pueblo, bajo el miedo de su padre de que terminara reclutada por el grupo armado, como ya había pasado con varios de sus compañeros de colegio.Para su familia, la razón por la cual abandonaban su hogar era el temor de un reclutamiento. Pero, para Marcela, irse estaba relacionado con ‘el escarnio de la orientación sexual’.
Llegaron a Cali, donde ella siguió estudiando el bachillerato y fue a la universidad. Se graduó como comunicadora social y periodista. Después se mudó a Popayán y allá conoció a Antonia.
“Me amarró en un palo y había un hormiguero,
que era una forma que tenían ellos como
de castigo a todos los maricas del pueblo
para que se nos quitara la maricada”.
Luego de este brutal ataque a manos de paramilitares, Marcela y su familia sufrieron afectaciones graves. “Creo que es la primera vez que veo llorar a mi tío por parte de mi papá. Mi mamá casi se enloquece y como en Medicina (Legal) le toman a uno foto, cuando vieron la foto, para ella era muy duro verme así”, narra.
Marcela se quedó en la finca un par de días más, pero decidió irse del municipio luego de recibir otras amenazas. Se fue para Popayán, en donde ha intentado volver a empezar, porque tras lo que afrontó ese día, sintió que le arrebataron su vida.
Su caso lo conoce la Unidad para las Víctimas y es una de las más de 33.000 personas que han tenido que afrontar violencia sexual en el marco del conflicto armado.
Han pasado dos décadas desde lo que vivió y las secuelas siguen ahí. “Arruinaron mi puto proyecto de vida. No pude seguir con mi pareja –dice– porque no me encontraba ya reflejada en ella. No pude volver a mi casa”, sostiene. Hoy, sigue resistiendo.